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2020-09-07 00:00:00

El acervo y sus demonios: Documentales inéditos con foto de Manuel Álvarez Bravo y Agustín Jiménez

Desfile deportivo de 1939” (1939)

 

Por Eduardo de la Vega Alfaro

1.

Entre las múltiples sorpresas que puede uno encontrar al hurgar en la respectiva plataforma de una parte de los materiales rescatados por la Cineteca Nacional y restaurados por el “Laboratorio Elena Sánchez Valenzuela” dependiente de tal institución, hay dos casos que resultan sumamente interesantes. Se trata de los cortos documentales “Desfile deportivo de 1939” (1939) y “Travelogue of the city of Taxco”, realizada alrededor del mismo año. Aparte de su fecha de filmación, a ambas cintas las homologan, en primer término, el hecho de haber sido producidas y acaso distribuidas por la empresa “Cinematográfica de México”, filial de la Cinematográfica Latinoamericana Sociedad Anónima (CLASA) y dedicada a la difusión de materiales testimoniales de propaganda gubernamental para acompañar de manera previa las proyecciones de largometrajes tanto nacionales como extranjeros. Asimismo, las dos cintas señalan en sus créditos a Felipe Gregorio Castillo no tanto como su realizador sino en la calidad de “Supervisor”, palabra en este caso de carácter ambiguo porque podría tratarse del coordinador de producción ejerciendo al mismo tiempo funciones de dirección y escritura de textos.

Nacido en 1889 en el pequeño poblado de Huayacocotla, Veracruz, Felipe Gregorio Castillo Herrera había comenzado su incursión en el medio cinematográfico con trabajos de realización para cortos como “La nacionalización del Petróleo en México, respaldo del pueblo al gobierno” y “El petróleo nacional” (ambos de 1938), cuyo contenido exaltaba la Expropiación Petrolera decretada en el gobierno del General Lázaro Cárdenas del Río. Es muy probable que ambas cintas, fotografiadas por Ezequiel Carrasco y Manuel Álvarez Bravo (en la primera de ellas trabajaron ambos y en la segunda sólo este último), impulsaran al novel cineasta a dedicarse a promover el nacionalismo cinematográfico por medio del documental. El caso es que uno de los aspectos más interesantes tanto de “Desfile deportivo de 1939” como de “Travelogue of the city of Taxco” es la respectiva participación en ellas de Manuel Álvarez Bravo y Agustín Jiménez, dos de los grandes fotógrafos de vanguardia surgidos de la gran vorágine creativa en el México postrevolucionario. Ítem más: el primero de esos trabajos fílmicos ya está muy bien consignado en un libro de pronta aparición [1], pero el segundo resultaba desconocido más allá del círculo de quienes restauran este tipo de materiales cinematográficos.

2.

Como lo habíamos apuntado en otro espacio [2], luego de ganar algunos concursos de fotografía y de tratar de manera cercana a Sergei M. Eisenstein durante su estancia en nuestro país para filmar su frustrado proyecto “¡Que viva México!”, Manuel Álvarez Bravo formó parte del grupo fundador del Cine Club Mexicano, espacio en el que estrenó “Disparos en el Istmo”, su primera película, filmada con la cámara adquirida a Eduard Tissé, fotógrafo del filme eisensteiniano hecho en nuestro país. Con base en las descripciones que su autor le proporcionó a Luis Roberto Vera, hemos inferido que “Disparos en el Istmo” debió ser una cinta de evidente carácter vanguardista que sintetizaba, con una gramática sustentada en movimientos de cámara y movimientos hacia el interior del encuadre, una contradictoria visión, tan pintoresca como trágica, sobre los conceptos prevalecientes entre los habitantes del istmo oaxaqueño acerca de la vida, el trabajo y la muerte. Algunas tomas del filme, sobre todo las que captaban las costumbres de las mujeres tehuanas, debieron tener su antecedente tanto en las fotografías captadas por Tina Modotti y el propio Álvarez Bravo en esa región, como en los materiales que Eisenstein y Tissé filmaron en la misma zona para ser incluidos en lo que iba a ser el episodio “Sandunga” de “¡Que viva México! […]”.

Es posible que luego de su experiencia con “Disparos en el Istmo”, Álvarez Bravo haya filmado otro corto que conjugaba el documental con algunas naciones estéticas de vanguardia, “La vida cotidiana de los perros”, del que dan cuenta algunas biografías del fotógrafo. Sus siguientes participaciones en el medio fílmico serían en la órbita del Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda al lado de Felipe Gregorio Castillo (la ya mencionada “El petróleo nacional” y “Desfile Atlético Conmemorativo de la Revolución”, también filmada en 1938) y de quienes realizaron algunos noticieros sobre irrigación en los estados de Veracruz, Morelos, Michoacán y Jalisco [3]. Al parecer, la siguiente intromisión de Álvarez Bravo en el cine fue precisamente su colaboración en “Desfile deportivo de 1939”, que debió hacer luego de iniciar sus cursos como profesor en la Academia de San Carlos y de trabajar una espléndida serie fotográfica (“La buena fama durmiendo”, “Sobre el invierno”, etc.) para la exposición de arte surrealista promovida por André Bretron luego de su viaje a México y celebrada en 1940 en París, Francia [4].

Entre otros registros fílmicos previos, “Desfile deportivo de 1939” tenía dos importantes antecedentes: los materiales realizados el 20 de noviembre de 1931 por el equipo que encabezó Sergei Eisenstein con financiamiento del Partido Nacional Revolucionario (PNR), lo que finalmente derivó en un filme con sonido integrado a la imagen que, editado por cineastas afines a esa organización política, sólo se exhibió en salas de provincia [5], y el mediometraje testimonial “Desfile deportivo” o “Desfile atlético del 20 de noviembre de 1936 conmemorando el XXVI aniversario de la iniciación de la Revolución Mexicana”, producido por el PNR y el Departamento Autónomo de Educación Física, con dirección de Fernando de Fuentes y fotografía colectiva de Gabriel Figueroa, Jack Draper, Alex Phillips, Álvaro González y Agustín Porfirio Delgado, trabajo artístico al que Arturo Garmendia (en Esto, 19 de noviembre de 1970) elogió con gran precisión de análisis al señalar que “El poder de la imagen de De Fuentes es capaz de transformar un acto oficial que se celebra oficialmente en una celebración popular que adquiere acentos épicos… que, por otra parte,  nunca estuvieron mejor justificados”.

Desfile deportivo de 1939” (1939)

 

“Desfile deportivo de 1939” registró pues diversos momentos del acto cívico celebrado el domingo 19 de noviembre de ese año; Manuel Álvarez Bravo compartió el crédito de fotografía con el ya mencionado Agustín Porfirio Delgado, quien, entre otras participaciones en el medio cinematográfico nacional, ya tenía experiencia previa como camarógrafo del “Noticiero gráfico de México”, producido y realizado por el pionero Gustavo Sáenz de Sicilia. Los créditos restantes del documental supervisado por Felipe Gregorio Castillo fueron: música: Banda del Estado Mayor Presidencial; sonido: Rafael Ruiz Esparza; narración: Arrigo Coen Anitúa; montaje: Alicia Colmenares, mientras que el procesamiento se llevó a cabo en los Laboratorios de la ya mencionada Cinematográfica Latinoamericana Sociedad Anónima (la afamada CLASA). Con duración de poco más de nueve minutos, la cinta inicia registrando la que parece haber sido la vanguardia del desfile: un grupo de motociclistas que transita por la Avenida Juárez con rumbo al Zócalo capitalino; el plano frontal permite ver, en primer término, la marquesina del cine Alameda (que ese día debía exhibir la cinta hollywoodense “Rapsodia de juventud”, de Archie Mayo) [6] y, muy  al fondo, la silueta del Monumento a la Revolución, lo que ya otorga a las imágenes subsecuentes el abierto tono conmemorativo de la gesta revolucionaria que, así sea nuevamente desde una perspectiva oficial, adquiere el tono populista que la figura de Cárdenas aún le imprimía a su gobierno. Lo que resta del filme, que parece trunco, por lo que su duración original debió ser de 10 minutos, es decir, dos rollos de 35 mm., sigue de cerca los desplazamientos en el “corazón del país” de diversos contingentes de jugadores de polo, esgrimistas, gimnastas, futbolistas, beisbolistas, tenistas, una especie de “Boy Scouts”, atletas de las más diversas edades y charros que muestran sus destrezas para la cabalgata y el mangoneo.

Mientras los grupos humanos pasan (y posan) ante la lente de las cámaras (una de ellas estratégicamente colocada en la azotea del Palacio Nacional), la voz en “off” del filólogo de origen italiano  Arrigo Coen Anitúa [7] enfatiza la presencia del coronel Ignacio M. Beteta, Jefe del Estado Mayor Presidencial y del Departamento de Educación Física de la misma dependencia; intenta dejar en claro que “La vida higiénica en las fábricas, en las escuelas, en las oficinas y en los hogares impulsa el progreso de la especie y hace elevar su rendimiento mental y físico”; pondera una especie de “Darwinismo social” (“El más apto y el más preparado se distingue espontánea y objetivamente”)  y por supuesto que señala que “La disciplina del músculo en realidad es digna de ocupar un rango equivalente al de cualquier asignatura científica”. Ya rumbo al final irrumpen en la pantalla varias pirámides humanas; una de ellas, la más celebrada por el narrador se efectúa sobre caballos a galope frente al balcón presidencial [8]. Antes de eso, una de las cámaras, que sigue el trayecto de unas “palomas mensajeras de la paz”, registra al equipo que está filmado el mismo asunto por lo que la siguiente toma que vemos es la que captó el otro aparato siguiendo el vuelo de las mismas aves teniendo como fondo la fachada de la Catedral Metropolitana: interesante recurso de continuidad plástica. Lástima que quienes hicieron esta última toma lo hicieron de espaladas a la primera de las cámaras, hecho que evitó el poder reconocerlos.

Pese al hecho de estar incompleta, nada indica que la película haya captado algo parecido al “conjunto infantil” que en la antes mencionada cinta de De Fuentes evolucionaba “llevando en las manos, las niñas, una hoz, los niños un martillo”, tal como lo menciona Arturo Garmendia en su crítica publicada en “Esto”. Cabe aquí una hipótesis un tanto cuanto temeraria: lo más posible es que el Desfile celebrado el 19 de noviembre de 1939 ya no hubiera presentado ese tipo de manifestaciones pro-socialistas toda vez que a principios de ese mes las cosas habían comenzado a cambiar con la designación del general Manuel Ávila Camacho como candidato del PNR para las elecciones que se celebrarían en julio del año siguiente. Es decir, es muy posible que ya comenzaba a imponerse la retórica de centro-derecha que encarnaba el militar poblano en detrimento de los afanes de centro-izquierda preconizados durante el régimen de Lázaro Cárdenas [9].

En términos generales, el trabajo de Álvarez Bravo y Delgado “Desfile deportivo de 1939” resultó funcional y sumamente eficaz, pero, salvo algunas de las tablas gimnásticas, nada permitía el lucimiento del comprobado talento del primero de ellos para las composiciones geométricas complejas [10]. Realizada en un solo día, esa labor no dio lugar a otro tipo de propuestas que no fueran aquellas que requiriesen de eficacia y profesionalismo.

3.

Atenidos a sus créditos iniciales, “Travelogue of the city of Taxco” formaba parte de “The Thru Mexico”, “Travel Series”; es de suponer que la saga completa, de la que desconocemos otros ejemplos, fue financiada por la “Cinematográfica de México” mediante un equipo encabezado por el mismo Felipe Gregorio Castillo. Aparte de la fotografía de Agustín Jiménez, colaboraron en el mencionado filme, de poco más de 9 minutos de duración, el músico Max Urban, el sonidista Rafael Ruiz Esparza y el editor Jorge Bustos.

Después de una brillante carrera en el medio fotográfico, al igual que Álvarez Bravo y otros artistas como Emilio Amero, Agustín Jiménez había participado directamente de algunas de las fases de la realización de “¡Que viva México!” y de otros materiales que Eisenstein filmó a lo largo y ancho del país. Resulta evidente que el artista mexicano aprovechó varias ocasiones del rodaje para captar interesantes fotografías como “Rifles”, “Cajas de guerra”, “Feria” (parte de un reportaje gráfico acerca de La Villa de Guadalupe durante las festividades del 12 de diciembre de 1931), etc., o las que se publicaron en “El Universal Ilustrado” del 24 de diciembre de 1931, tomadas en las instalaciones de la cementera La Tolteca. Tras esa enriquecedora experiencia, Jiménez se integró de lleno al medio fílmico mexicano, primero como “Stillman” o creador de fotos fijas para la publicidad y ya luego como camarógrafo de varios filmes realizados entre 1934 y 1935: “Humanidad”, de Adolfo Best Maugard; “Taxco” y “Tehuantepec”, cortos documentales realizados por el pintor y muralista Roberto Montenegro [11] con patrocinio de CLASA, y “Dos monjes”, de Juan Bustillo Oro, cuyo tono abiertamente expresionista había consagrado plenamente sus enormes capacidades estéticas. Cintas de ficción aparte, Jiménez desplegaría también una amplia trayectoria como camarógrafo de cortos y mediometrajes documentales como los titulados “Pescadores de Janitzio”, “Jícaras de Michoacán”, “Cuadros de Michoacán”, “Lagos de maravilla”, “Charanda”, “Morelia”, “Guadalajara”, etcétera, la mayoría de ellos patrocinados por la Comisión Nacional de Irrigación en codirección con su hermano Leonardo Jiménez a lo largo de 1936 y los primeros meses del siguiente año.

Fotogramas de “Travelogue of the city of Taxco” (1939)

 

Como había ocurrido con el prólogo y epílogo del antes citado filme “La Reina de México” o “Las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe”, “Travelogue of the city of Taxco”, documental turístico narrado en inglés, sí permitió el pleno lucimiento de las virtudes fotográficas de Jiménez, máxime que el artista ya tenía la experiencia previa que para él debió representar la filmación del corto dirigido por Roberto Montenegro en la misma locación algunos años atrás. De hecho, en primera instancia resulta claro que ambas cintas tanto como los largometrajes “Una mujer en venta” y  “Mi candidato” (Chano Urueta, 1934 y 1937, fotografiados respectivamente por Víctor Herrera y  Gabriel Figueroa) pudieron haber tenido como referencia primordial las “Veinte litografías de Taxco” (Ediciones del Murciélago, México D. F., 1930), libro del mismo Montenegro (otro de los principales asesores y colaboradores de Eisenstein durante sus estancia en México), quien, de acuerdo con su concepto moderno del arte, plasmó, en riguroso blanco y negro, una noción abstracta de las calles y edificios de aquel lugar y por lo tanto completamente ajena a la estampa escolar o al típico cromo para incentivar el turismo más elemental.

“Travelogue of the city of Taxco” da comienzo con tomas del paisaje que rodea al en realidad todavía pueblo pues, de acuerdo con el Censo respectivo, el atractivo lugar todavía no alcanzaba los cinco mil habitantes. Un par de jinetes con el atuendo típico de la región se aproximan a la localidad guerrerense: ambos se convertirán en el eje visual de la narración a fin de que los espectadores conozcan algunos de sus sitios más emblemáticos. Mientras la voz en “off” habla de la singularidad del poblado, varias ventanas se abren sucesivamente para que la cámara descubra ejemplos de la belleza arquitectónica de Taxco. El barroquismo de las construcciones comienza a delinearse desde esos puntos de vista, lo que evoca algunos de los ensayos fotográficos que ya le habían dado fama al talento de Agustín Jiménez. La arabesca fachada de la Casa Humboldt, tomada con un preciso “panning” de derecha a izquierda, invita a descubrir los resabios de la huella dejada por la herencia colonial: es el preludio para que la iglesia de Santa Prisca, “mandada a construir por don José de la Borda”, muestre sus diversas aristas geométricas y simbólicas, sobre todo en las tomas cada vez más cercanas que van descubriendo ángeles graciosos y otras figuras religiosas. Como digno complemento de ello, hombres ataviados con sarapes eisensteinianos [12] contrastan con las torres y cúpulas del mencionado templo, del que, a saber por qué (¿carencia de presupuesto para ello?, ¿afán retórico de sólo ceñirse al registro de los espacios públicos?, ¿negación del respectivo permiso para trabajar libremente en ese espacio?), no se muestran sus fascinantes interiores. Todo este momento se corresponde con la música sacra compuesta “ex professo” por Max Urban. Finalmente, el registro de las calles laberínticas y empinadas nos conducen a lo que parece ser el principal motivo del filme: detalles de la elaboración de artesanías plateadas que llevan el sello y estilo del “Taller de Las Delicias”, fundado en 1930 por el gran promotor artístico estadunidense William Spratling, sitio que a esas alturas ya cobraba fama internacional. Esa era la oportunidad para que Jiménez revelara la sensualidad de formas que los artesanos imprimían a jarras, tazas, espejos, estrellas de ornato y joyería diversa (collares, brazaletes, anillos). Con este otro gran ensayo fotográfico, la película se da por formalmente concluida. El breve epílogo muestra a los jinetes del principio dirigiéndose a la salida del pueblo para despedirse y dar paso a la palabra “End”, lo que demuestra que, a diferencia de “Desfile deportivo de 1939”, este otro corto sí se conserva completo.

Más allá de esa estructura circular del filme y de sus afanes de propaganda para turistas estadunidenses de medio pelo, sus méritos fotográficos conforman palmo a palmo una búsqueda por encontrar el correspondiente visual y sonoro de la singular experiencia estética de una imaginaria visita a Taxco. Un lugar que ya en filmes subsecuentes (con la salvedad de “Macario” -1959-, de Roberto Gavaldón) se vería plagado de automóviles y demás parafernalia moderna.

4.

En forma de colofón podemos anotar lo siguiente: Felipe Gregorio Castillo, padre del Ingeniero Heberto Castillo, complementó una trilogía en torno a la nacionalización de los hidrocarburos con el corto “México y su petróleo” (1938-1939), patrocinado por el Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda (DAPP) y fotografiado por Ezequiel Carrasco, filme preservado en la Filmoteca de la UNAM. Y otra de las sorpresas de la plataforma de la Cineteca Nacional permite conocer un corto más que, al igual que “México y su petróleo”, fue financiado por el DAPP. Realizado por Felipe Gregorio Castillo con fotografía de Agustín Porfirio Delgado, “Obras de la Comisión Nacional de Irrigación. Presa La Angostura, Sonora” (circa 1936-1938) era una obvia exaltación de las maniobras para la construcción de dicha obra hidráulica, uno de los orgullos de la política cardenista. Todas las cintas mencionadas a lo largo de este texto y vinculadas al nombre de Felipe Gregorio Castillo servirían de precedente para que, con la llagada al poder de Manuel Ávila Camacho, el fervoroso documentalista asumiera en 1941 la jefatura suprema del Departamento de Supervisión Cinematográfica de la Secretaría de Gobernación. Desde esa polémica posición burocrática haría eco al conservadurismo del régimen, lo que le permitió ejercer una cruel censura contra “La mancha de sangre” (Adolfo Best Maugard, 1937), obra maestra del cine mexicano prostibulario, entre otras barbaridades; asimismo, supo aprovecharse del puesto para producir, escribir y dirigir “María Eugenia” (1942), la segunda película de María Félix, a la que al principio del confuso relato mostró en traje de baño, cosa que por supuesto pudo provocar el escándalo de las “buenas conciencias”, a su vez reconfortadas con un final digno de cualquier melodrama convencional hasta la médula. Castillo se mantuvo en el medio fílmico hasta principios de los años cincuenta en calidad de productor, argumentista y cofundador de la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas. Después su huella parece perderse al grado de que se desconoce la fecha de su fallecimiento. Por decir lo menos, si nos atenemos a su filmografía, fue un personaje paradójico, muy paradójico. 

NOTAS
[1]. Cf. Ruiz Ojeda, Tania, “Cine y propaganda en el ideario cardenista. El Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda (1934-1940)”, Colección Tanta Tinta, Unidad de Investigación sobre Representaciones Culturales y Sociales de la UNAM, pp. 120-121.
[2]. Cf. De la Vega Alfaro, Eduardo, “Fotografía y cine de vanguardia en México (1920-1960)”, revista Corre Cámara (int.php?mod=noticias_detalle&id_noticia=5775).
[3]. Ruiz Ojeda, Tania, Op.cit., p. 132.
[4]. Cf. Kismaric, Susan, “Manuel Álvarez Bravo”, MOMA-La Vaca Independiente, México D. F., 1997, pp. 34-35.
[5]. Cf. De la Vega Alfaro, Eduardo, “Dos cortos mexicanos de S. M. Eisenstein”, revista “Secuencias”, No. 6, Madrid, España, abril de 1997, pp. 11-14.
[6]. Esto según el recuento establecido por María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco en “Cartelera Cinematográfica 1930-1939”, UNAM, México D.F., 1980, p. 268.
[7]. Hijo de la célebre cantante Fanny Anitúa, Arrigo Coen no hacía mucho que había colaborado como locutor en el prólogo y epílogo de “La Reina de México” o “Las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe”, mediometraje de Fernando Méndez espléndidamente fotografiado por Agustín Jiménez.
[8]. Por cierto que en una toma lejana y otras dos más o menos cercanas a dicho balcón presidencial (que parecen ser la misma pero mostrada en dos momentos diferentes) no alcanza a ser suficientemente clara la presencia de Lázaro Cárdenas.
[9]. En su notable estudio “México 1940: industrialización y crisis política” (UNAM-Siglo XXI Editores, México D. F. 1977, pp. 34 y ss.) el politólogo José Ariel Contreras plantea que la designación de Ávila Camacho como sucesor de Cárdenas vino a ser, entre otras, cosas, un “golpe al radicalismo estatal”, lo que al poco tiempo se traduciría, entre otras consecuencias, en la mayoritaria producción de un cine de corte reaccionario y escapista, aún en el de tipo documental. 
[10]. Como atinadamente apunta Tania Ruiz Ojeda (en Op. Cit., p. 120), “Una de las constantes en dicho desfile será la configuración geométrica que se da desde el ángulo de la cámara, en donde las tablas gimnasticas se unirán con el entorno arquitectónico del centro de la Ciudad de México […] Podemos aventurarnos a decir que las tomas se realizan por Álvarez Bravo, su composición incluso en algunos momentos nos recuerda a algunos de sus trabajos fotográficos, en donde las formas geométricas construyen la fotografía misma, lo extraordinario esta vez, consiste en ver esas figuras geométricas en movimiento, transformándose […]”.
[11]. Entre varias de las caricaturas del fotógrafo publicadas en el libro de Carlos A. Córdova “Agustín Jiménez y la vanguardia fotográfica mexicana” (Editorial R. M., México D. F., 2005, pp. 148-149) destaca una hecha por Montenegro. En esa curiosa imagen, acaso remembranza de algunas tomas captadas por Eisentein-Tissé en Chichén Itzá, Jiménez aparece de perfil en el equivalente a un gran “close up” mientras a lo lejos se percibe un paisaje de Taxco. El dibujo, datado en 1935, no deja lugar a dudas sobre el año del rodaje del corto dirigido por Montenegro en el bello poblado minero del estado de Guerrero.
[12].   Como ya se comentó, Jiménez había fungido como una especie de “Stillman” en varios momentos del rodaje de los materiales para “¡Que viva México!”, pero sobre todo varias secuencias filmadas en la hacienda de Tetlapayac, Hidalgo, lugar pletórico de gente para la que el sarape era prenda vital para resguardar calor.

* Las fotos que acompañan el presente artículo se incluyen únicamente como apoyo al contenido del texto, cuyo cometido es de difusión cultural, sin fines de lucro. El autor agradece la selección realizada por Hugo Lara.
** Los materiales mencionados en este artículo pueden ser consultados en la Videoteca Digital de la Cineteca Nacional.